La escuela de mi vida
Cómo estudiar en la LBV estimuló mis potencialidades para luchar por el protagonismo femenino.
Regina do Nascimento Silva
12/05/2016 | Jueves | 10:38 horas | Actualizado el 11/10 a las 9:12 horas
Mujer, joven, nacida en Minas Gerais, Brasil. Para unos, parda. Para mí, negra. Hija de padres que pasaron la infancia en el campo y no terminaron la enseñanza primaria, pero tienen diploma de honor en valores espirituales, éticos y ecuménicos. Hoy, al rememorar mi trayectoria, veo lo importante que fue haber estudiado en el Complejo Educativo Buena Voluntad, en São Paulo, Brasil. Lo que aprendí en ese establecimiento de enseñanza estimuló mi crecimiento espiritual, humano y profesional.
En la escuela, éramos siempre incentivados a mirar los problemas sociales a nuestro alrededor —algunos de ellos presentes en nuestro hogar— de manera crítica, pero también sensible, lo que despertó en nosotros la voluntad de construir un mundo mejor. En una de las acciones realizadas en la secundaria, visitamos la comunidad Lidiane, en el barrio del Limão, en la capital paulista. Allá, participamos, con el apoyo de profesionales y voluntarios de la Legión de la Buena Voluntad (LBV), en actividades recreativas con niños y adolescentes del lugar, mientras sus madres y otros familiares eran atendidos en los programas sociales de la Institución.
Esa experiencia no sirvió solo para despertarnos a la dura realidad, haciéndonos percibir el sufrimiento y los males de la vida, sino que también nos posibilitó ver las potencialidades de aquellas personas y aprender que hay luces humanas extendidas en todas las clases sociales. Somos todos iguales. Solamente las oportunidades que nos son dadas nos diferencian.
Los contenidos extracurriculares ofrecidos por la LBV amplían la criticidad y el sentido de humanidad de los estudiantes, yendo mucho más allá de los tópicos trabajados generalmente en un sistema considerado caro. Ellos integran un proyecto pedagógico consistente, que sabe exactamente lo que necesita presentarse al individuo para hacerlo llegar al resultado que se espera de él como ser humano.
Sin embargo, lamentablemente, no todas las personas entienden la educación de ese modo. Es común pensar que la formación ética de los niños y de los adolescentes debe estar a cargo exclusivamente de sus padres o responsables. Realmente, toda la sociedad educa, porque ningún individuo vive enclaustrado en el espacio puramente educativo familiar. Todo ser humano, por formar parte del mundo, acaba por interactuar con lo diferente.
Sabiendo esto, puedo afirmar, con seguridad, que todo el equipo de profesionales y educadores de la Legión de la Buena Voluntad comprometidos con la aplicación de la Pedagogía del Afecto y de la Pedagogía del Ciudadano Ecuménico contribuyó a hacer de mí la persona que soy hoy, llevándome a entender que soy un ser en constante formación. Esa educación me dio coraje para enfrentar mis problemas y desafíos existenciales, así como el conocimiento necesario para obtener éxito en las diferentes pruebas de mi vida, entre éstas aquella que me condujo a la enseñanza superior. Me gradué en Pedagogía en una universidad valorada, con beca de estudio integral, excelente histórico académico, iniciación científica concluida y publicación del primer artículo.
Por la LBV, además de la educación, se me abrió otra puerta: la del mundo del trabajo. Con alegría, formo parte del inmenso grupo que realiza diariamente la propuesta socioeducativa de esta Institución, que es uno de los mayores movimientos humanitarios del planeta.
Primero trabajé como monitora, desarrollando actividades lúdicas, artísticas, culturales y de razonamiento lógico, mediante la enseñanza de ajedrez, juego de tablero. Tiempo después, habiendo vivido increíbles experiencias y aprendizajes con la infancia y la juventud atendidas por la Entidad, tuve condiciones para asumir el cargo de supervisora pedagógica del trabajo de otros educadores que lidian con el público en los programas sociales. En ese período, profundicé en el ejercicio de las acciones de asistencia social y alcancé, entonces, las condiciones necesarias para trabajar con liderazgos comunitarios mediante el programa de la LBV de asesoramiento y de defensa y garantía de derechos: Red Sociedad Solidaria. Con esa iniciativa, la Institución empodera —principalmente al ofrecer acceso al conocimiento— a personas muy sencillas que se destacan por sensibilizarse con la falta de recursos en sus barrios y por movilizar a diferentes personas del poder público, del sector privado y de la propia comunidad para buscar mejorar la calidad de vida de la población. La mayoría de las veces, ese grupo de personas está formado por mujeres que tienen historias lindas de luchas y de dificultades desde la juventud, pero que, con fuerza y con empuje, superaron el sufrimiento al hacer cesar el dolor del otro. Es el trabajo para el que yo nací con certeza, pues, además de toda la preparación técnica que busqué y adquirí, me identifico mucho con esa actividad y con cada una de las mujeres participantes en ese programa.
Deseo que toda la Humanidad sepa cuidar a los niños y a los adolescentes y construir efectivamente el conocimiento solidario, que es la suma del potencial cognitivo con los valores espirituales, éticos y ecuménicos. Como postula la línea pedagógica de la LBV, somos seres integrales, es decir, somos “Cerebro y Corazón” en el decir del educador Paiva Netto.